"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Los dos protagonistas de Yoake no takibi descienden de una familia de artistas con 650 años de experiencia en el Kyogen, una rama del teatro tradicional japonés con elementos cómicos y cuyo propósito principal es hacer reír a su público.
El director Koichi Doi (Yokohama, Japón, 1978) ha querido centrar su ópera prima en personajes de esta disciplina concreta porque es un género de comedia teatral ancestral que sigue vivo hoy en día, que cuenta con un repertorio de más de 200 obras en las que no aparecen muertos y porque le interesaba mucho que fuera un legado artístico transmitido de padres a hijos. “Cuando era joven perdí a mi padre, y siento que una gran parte de su sabiduría vital no me la pudo enseñar. De ahí que haya decidido que los protagonistas fueran padre e hijo, porque quería explorar la transmisión familiar”.
Un elemento tan característico de la cultura nipona le sirve de punto de partida para observar un aspecto mucho más universal. “Tenía claro que quería retratar a la familia porque es el núcleo más pequeño dentro de la sociedad. La familia pertenece a una región, enmarcada en un país que forma parte del mundo. Si no entendemos esa unidad básica, no podremos comprender el mundo”.
La película transcurre en un invierno en el que Motonari Okura viaja con su hijo de diez años, Yasunari, a una casa aislada en la montaña para adiestrarle en un estricto régimen que incluye ensayar y limpiar, con unas rutinas minuciosamente orquestadas. Un día reciben la visita de un viejo amigo y su nieta, una niña con un pasado trágico difícil de dejar atrás. Con el objetivo de ayudarla a que se libere de su soledad, Motonari accede a que la niña se una a las sesiones de Kyogen.
Motonari Okura explica que históricamente no se han permitido mujeres en este tipo de danzas porque en sus orígenes el Kyogen era una danza para venerar a una diosa y por lo general solo bailaban hombres. Incluso en la actualidad hay muchas mujeres que van a su casa para aprender las técnicas, pero de manera oficial no pueden bailar en público de manera profesional. El director, por su parte, considera que estos argumentos utilizados para mantener a las mujeres fuera del escenario no se apoyan en una prohibición estrictamente oficial, y que al igual que en otros ámbitos de la vida, es necesaria una revisión de las tradiciones que permita una mínima evolución en ese sentido. Es la razón por la que introduce el personaje de la niña: “Para mí era importante que los caminos de los dos niños se crucen y converjan, a pesar de sus contextos diferentes. Quería señalar que ellos tienen la oportunidad de cambiar los moldes para las generaciones futuras. Hoy en día la vida va muy rápido. No hay transmisión de conocimiento generacional. No quiero decir que esta forma sea la mejor, sino que lanzo una propuesta desde la que plantear una reflexión sobre la transmisión de conocimiento y las tradiciones en el contexto actual”.
Amaiur Armesto