"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Una fue un huracán, la otra fue una belleza fría. Las dos eran mujeres impresionantes, las dos llenaron con su hermosura, con su arrogancia, con su personalidad, los mejores años del cine mexicano y, desde luego, algunas de las mejores películas de Roberto Gavaldón. María Félix y Dolores de Río son nombres que evocan por si solos toda una cultura cinematográfica. La indigenista sobre todo, representada por sus inolvidables colaboraciones con el Indio Fernández, pero también la más moderna cultura urbana del México de los años cincuenta en donde una representaba la mujer libre, la amante dominante (La diosa arrodillada) y la otra la mujer humilde (la hermana pobre de La otra, la amante callada de La casa chica). Las dos eran mujeres mexicanas de su tiempo y las dos se erigieron en diosas de carne y hueso, La Doña y Flor Silvestre.
Dolores del Río tenía diez años más que María Félix y empezó a actuar en un Hollywood de cine mudo que buscaba rostros exóticos, donde su belleza la hizo ser la perfecta encarnación del ave del paraíso de King Vidor. En 1943, de vuelta a México, Dolores del Río se convertía en la flor silvestre del Indio Fernández justo un año después de que María Félix deslumbrara en su primera película,
El peñón de las ánimas, de Miguel Zacarías, donde compartía estrellato con Jorge Negrete. La rivalidad entre las dos divas estaba en marcha. El público se dividió entre una u otra. Las dos explotaban esa popularidad, pero las dos querían escapar del estereotipo. Dolores del Río lo consiguió en parte gracias a Roberto Gavaldón, que la consagró como humilde manicura y malvada femme fatale en La otra; María Félix hizo olvidar sus mujeres revolucionarias (enamoradas o soldaderas) gracias al papel de Raquel, la diosa arrodillada. Ambas reconocían a Gavaldón que les hubiera dado estos papeles; las dos contribuyeron desde su altura de grandes estrellas a que su cine triunfara dentro y fuera de las fronteras mexicanas. Solo coincidieron juntas en una película de 1958, La cucaracha, de Ismael Rodríguez, en la que se enfrentaron en un duelo en la ficción y en la realidad: el fuego de la soldadera frente a la dulzura de la mujer digna. El resultado fue un film espectacular por sus escenas juntas.
La rivalidad, mas alimentada por publicistas y periodistas que por ellas mismas, fue el tema de una obra de teatro de Carlos Fuentes titulada Orquídeas a la luz de la luna, estrenada en 1986 en México con dos actores masculinos interpretando los roles de las divas, mejor dicho de dos mujeres que sueñan que son las divas. Dolores del Río no llegó a verla, había muerto tres años antes, pero María Félix nunca le perdonó al autor que hubiera utilizado actores travestis para interpretar sus personajes. Seguramente le habría gustado más la puesta en escena que se estrenó en 1988 en Madrid, con Marisa Paredes asumiendo el rol de la Doña y Julieta Serrano en el de la Flor silvestre.
Huracán o témpano de hielo, mitos del cine mexicano, María Félix y Dolores del Río son mujeres que han entrado en la leyenda. Y Gavaldón estuvo ahí para mostrarlas en todo su esplendor.
Nuria Vidal