"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Inés María Barrionuevo estrenó ayer su segundo largometraje Julia y el zorro ante la audiencia donostiarra, junto a la actriz principal Umbra Colombo y parte del equipo. Su propuesta nos invita a viajar hasta una casona aislada en la región de Córdoba, en Argentina, a la que Julia regresa con su hija en pleno invierno, con el recuerdo del que fuera su marido y padre de Emma muy presente. Una casa que, como Julia, está desangelada y necesita atención. Ha pasado tiempo desde la muerte de su marido pero todavía viven el duelo y Julia está invadida por una tristeza profunda que no consigue sanar.
Una película centrada en la relación entre Julia y Emma, desde la mirada de una cineasta interesada en retratar nuevas identidades y modelos relacionales que va mucho más allá de la familia nuclear a priori presentada. “Una hace la película que le gustaría ver”, explica Inés, que construyó esta historia a raíz de imágenes sueltas, de diapositivas mentales que van formando una especie de rompecabezas en el que ella tiene que unir las partes y darle forma, poco a poco, de un esquema narrativo con su principio, nudo y desenlace desde el que desarrolla la escritura del guion: “Empiezo la escritura desde lugares inconscientes. En Atlántida escribí la historia sin ser consciente de la cantidad de material propio que se había filtrado entre líneas. En este caso, hasta que no leí la primera versión del guion no me di cuenta de que había mucho de la relación de mi madre con mi abuela y la posterior relación de maternidad de mi abuela conmigo en la película que empezaba a tomar forma”.
Inés estudió teatro cinco años y quería ser actriz. Sin embargo, a raíz de la presentación de su corto La quietud en Locarno, protagonizado además por ella y una amiga suya, experimentó lo que significaba la exposición al ser reconocida por la gente tras la proyección. Entendió que no le resultaba confortable ‘prestar’ su físico a ese nivel y decidió quedarse tras la cámara: “Considero que como cineasta hay que exponerse para poder contar historias a través del cine, y es muy difícil exponer lo que uno es frente a la mirada de las demás, porque sale de las tripas”. Curiosamente para Umbra, sobre quien recae todo el peso de esta película, exponerse como actriz no le provoca ningún pudor porque en su trabajo interpretativo parte de la historias escritas por otras personas. No es su historia, ni su mirada la que debe representar, y eso le permite estar cómoda en su rol: “Yo intenté escribir alguna vez, pero entendí que me resultaba mucho más difícil esa exposición”.
La actriz protagonista llegó como anillo al dedo a este proyecto, recomendada por una amiga común de Buenos Aires. “Yo buscaba una actriz con unas características físicas concretas, quería que tuviese el cuerpo de una bailarina –recuerda Inés– y Umbra había tenido que abandonar la danza, por lo que ya compartía con el personaje esa idea del dolor y de no poder con esa maternidad. Todo encajó de manera muy natural”.
Julia y el zorro es fruto del trabajo de escritura en soledad de su directora en el inicio, pero también, nos recuerda Inés, del esfuerzo y energía de todo el equipo técnico y artístico que se fue sumando al proyecto conforme la película avanzaba. Cuenta Umbra que desearía volver atrás a esos días eternos de rodajes y ensayos, en los que convivían el rigor cinematográfico con la dimensión humana: “La atmósfera durante las seis semanas fue maravillosa. Ensayamos muchísimo porque Inés llega con los diálogos muy estudiados, pero a pesar de ser agotador, fue muy hermoso”.
A.A.