"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Aunque en primera instancia pareciera muy sorprendente, la aparición de la comedia absurda P’tit Quinquinen la obra de Bruno Dumont, en 2014, no lo era tanto. Cierto que sus anteriores filmes –L ́Humanité, Twentynine Palms, Flandres, Hadewijch (presentada en la Sección Oficial del Festival en 2009), Hors Satano Camille Claudel 1915– resultaron severos, ásperos y demoledores. Pero latía en algunos de ellos un soterrado y particular sentido del humor que explotaría definitivamente en esta saga patois ambientada en la región de Nord-Pas-de-Calais, protagonizada por actores no profesionales con evidentes carencias físicas o mentales, muy bella visualmente pero a la vez ferozmente digna del hoy exitoso posthumor.
En la misma línea apareció después La alta sociedad, un relato atávico, divertido y surrealista de familias incestuosas, pero representado ahora en pantalla por estrellas como Juliette Binoche, Valeria Bruni Tedeschi y Fabrice Lucchini. Dumont recupera con Coincoin et les z’inhumains, un título que diríase inspirado en una aventura de los tebeos de Spirou y Fantasio, el estilo de P’tit Quinquin, algunos de sus personajes –el inefable inspector Van der Weyden, su ayudante Carpentier y el pequeño Quinquin, que ya es adulto y ha cambiado de nombre–, la belleza geológica de los lugares filmados –ahora es la llamada Costa de Ópalo, frente a los acantilados ingleses– y el formato de miniserie dividida en cuatro episodios de poco menos de una hora de duración cada uno.
Las peripecias de los protagonistas siguen siendo tan alucinantes como sus tics, forma de expresarse y de desplazarse físicamente. Dumont sigue en su línea de humor sin sentido, pero con mucha mala uva, en la que se burla de casi todo al mismo tiempo que, a su manera, realiza un ejercicio de introspección casi antropológica sin bajarse del carro de la vanguardia cinematográfica e incluso jugando con el reverso de la línea clara del cómic franco-belga.
Quim Casas