"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En 2014 Bruno Dumont presentaba en Zabaltegi El pequeño Quinquin, una miniserie con la que logró sorprender a propios y a extraños. Aquella farsa rodada en escenarios naturales de la región de Nord Pas de Calais y protagonizada por un disparatado elenco de intérpretes no profesionales supuso un punto de inflexión en la filmografía de quien, hasta entonces, era considerado uno de los directores más intensos del cine francés: “Aquella experiencia supuso una evolución en mi trayectoria como cineasta. Fue la primera vez que aposté abiertamente por el humor en una de mis películas y me di cuenta de que cualquier historia atesora más fuerza si la narras apelando a un registro tragicómico. Desde entonces me parece ya imposible disociar drama y farsa”. Buena prueba del nuevo rumbo que Dumont impuso sobre su carrera lo encontramos en largometrajes como La alta sociedad o en Coincoin et les z’inhumains, su último trabajo para televisión, una nueva aproximación a los personajes y a los escenarios de El pequeño Quinquin cuatro años después: “Me apetecía reencontrarme con ellos. En Quinquin evocamos la infancia del protagonista en clave poética y pensé que sería interesante ver crecer al personaje y, sobre todo, darle más cancha a la pareja de gendarmes. Se trata de unos personajes cuyo potencial cómico intuí desde el principio y me supo mal no conferirles un mayor protagonismo”.
En Coincoin et les z’inhumains, cuyos cuatro capítulos forman, este año, parte de la oferta de Zabaltegi, el estrafalario teniente Van Der Weyden y su ayudante Carpentier siguen empeñados en echar el guante al incorregible Quinquin (ahora llamado Coincoin) mientras afrontan una extraña amenaza de origen extraterrestre: una suerte de excrementos que, caídos del cielo, comienzan a inundar la región antes de abducir a algunos de sus habitantes y clonarlos sin que se sepa, muy bien, con qué intención. Semejante disparate viene inspirado, según el director, por el sentido del humor que manejan en su tierra: “La película está rodada en mi región de origen y allí la ironía es casi como una filosofía de vida. Es una zona famosa por sus carnavales, por su humor irreverente y grotesco. Aparte de eso, en la película, creo que está presente la herencia de cineastas a los que siempre he admirado, nombres como Fellini, Buñuel o los Monty Python forman parte de mis referencias”. Dumont no se priva de introducir en su película temas polémicos como la inmigración o el auge del Frente Nacional en territorio francés, pero lo hace apelando a un sentido del humor hilarante y absurdo: “Los asuntos más serios, más solemnes, siempre se explican mejor desde una mirada grotesca. Lo divertido no tiene porqué ser sinónimo de insustancial”.
Preguntado sobre la incipiente presencia de series de televisión, como la suya, en la programación de los festivales más prestigiosos, Bruno Dumont se muestra contundente: “Los procesos son los mismos si ruedas para la pequeña o para la gran pantalla. Para mí no cambia nada. De hecho, muchas de las cosas que aprendí rodando El pequeño Quinquin para televisión luego las he incorporado a mis rodajes cinematográficos”.
Jaime Iglesias