¿Hasta qué punto un escritor se debe a sus lectores? ¿Qué legitimidad le procura a uno la aprobación de sus fans? ¿La personalidad de una figura pública viene determinada por la particular idiosincrasia del personaje o se desarrolla en función de cómo le perciben a uno? Estas son algunas de las cuestiones que emergen en Mother!, la última
película de Darren Aronofsky (Pi, Réquiem por un sueño, El luchador) que hoy aterriza en la sección Perlas. Controvertido como es, y ahí está su obra pretérita para demostrarlo, tampoco en esta ocasión el realizador estadounidense dejará indiferente a nadie. Con un reparto encabezado por Jennifer Lawrence y Javier Bardem (y donde también concurren dos veteranos de la solvencia de Ed Harris y Michelle Pfeiffer), Mother! es una película que se rebela contra su propia naturaleza. Cierto es que Aronofsky, como ya hiciera en Cisne negro sin ir más lejos, se apropia de algunos elementos inherentes a fórmulas de representación muy trilladas (el cine de terror o el de suspense sin ir más lejos), pero al igual que sucedía en aquél título, en su descodificación hay un empeño por subvertir su alcance y, de paso, juguetear un poco con las expectativas del público.
Así las cosas, Mother! no es lo que parece o, mejor dicho, termina por ser, deliberadamente, una cosa bastante distinta a aquello que busca aparentar de inicio. De entrada, Aronofsky se vuelca en la creación de una atmósfera de desasosiego con ítems bastante reconocibles (mansión solitaria en mitad del campo, un autor con bloqueo creativo, una mujer que cree percibir fenómenos extrasensoriales), una atmósfera que va manteniendo a lo largo de todo el film y que, el cineasta, tensa y destensa a conveniencia hasta llegar a un punto de no retorno. A partir de ahí, Mother! deja de apelar a un universo reconocible para adentrarse en un escenario de surrealismo salvaje, donde lo insólito deviene pesadilla.
Tras ser presentada en el último Festival de Venecia, algún crítico señaló que Mother! era una suerte de deconstrucción del universo creativo de Brian De Palma. Atendiendo al hecho de que el propio De Palma lleva años acometiendo una operación parecida sobre el legado hitchcockniano, bien puede decirse que, con este film, Aronofsky ha dado un paso más allá en su empeño por dignificar el pastiche convirtiéndolo en un género libre de complejos y con ambiciones discursivas. Si lo logra, o no, toca que sea el público del Festival el que lo decida.
JAIME IGLESIAS