"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
“El alma de un vestido es el cuerpo de la mujer”, dice en un momento el modisto Philippe Clarence (Raymond Rouleau), un hombre entregado a su profesión, a la creación de sus colecciones de moda, y también a la recolecta de amores que nunca terminan de cuajar. Cada vestido de su lote de creaciones lleva el nombre de una mujer. En una de las inspiradas formas de visualizar los dilemas de Philippe, el director Jacques Becker coloca al personaje mostrando el armario de sus conquistas, los vestidos con los nombres de las mujeres que amó, o que creyó amar, en su continuo picoteo donjuanesco. Mujeres en las que busca inspiración, hasta que aparece Micheline. Y todo su mundo agitado, efervescente y triunfador, se trastoca.
La tercera película de Becker tiene un prólogo sugerente y enigmático que queda aparcado en la memoria hasta el final, cuando cobra sentido. De la descripción del mundo de la moda, de la elegancia de los modelos (en los títulosde crédito se especifican en letras grandes los nombres de los creadores de vestidos, sombreros y vitrinas) y de los primeros encuentros entre los personajes, se desprende que estamos ante una comedia romántica con el refinamiento, el gusto estético y la perspicacia de un Mitchell Leisen o un George Cukor. Y así es mientras se produce el encuentro de Philippe con Micheline (Micheline Presle), la joven de solo 19 años con la que se va a casar su amigo Daniel (Jean Chevrier). La sofisticación que conlleva todo ese desfile de vestidos y sombreros de sinuosas y espectaculares formas casa muy bien con la cámara en movimiento de Becker, pero su retrato del mundo de la moda no es frívolo ni afectado: resalta el ejército de mujeres que se dejan muchas horas de trabajo y desvelos para que el creador pueda brillar y la casa funcione.
Lo que parece una comedia evanescente se va trastocando en un romanticismo complejo y amargo, en el que los tres vértices del triángulo sufren y la joven se arma de valor para tomar sus propias decisiones. Con su dominio de la iluminación como herramienta expresiva, Becker se mueve hacia el amor sublime, casi sobrenatural, también enfermizo, hasta el impactante desenlace, tan expresivo visualmente como otros momentos clave del filme: la forma en que Becker pone en relación a los tres personajes entre la subida y la bajada de un ascensor o el dilema de Micheline representado en la partida de ping-pong con movimientos a un lado y otro: se casa o no se casa, con quién y por qué.
RICARDO ALDARONDO