Nacida en 1975, esta realizadora argentina estudió cine en el Instituto ORT y se graduó en el Institute National de L’Audiovisuel de París. Con su primera película, Un año sin amor, consiguió más de quince premios internacionales. Su siguiente largometraje, Encarnación, la trajo por primera vez a San Sebastián, donde se hizo con el premio Fipresci. En 2014 optó de nuevo a la Concha de Oro con Aire libre. Este año regresa como jurado de la Sección Oficial.
Me imagino que es muy diferente venir a competir por la Concha de Oro que hacerlo como jurado ¿no?
Cambia la perspectiva, desde luego, pero siempre es muy placentero volver a este Festival. Aparte de los años en que estuve seleccionada para el concurso, también he participado en Horizontes Latinos y un año estuve en el Foro de Coproducción. La de este año es mi quinta presencia en San Sebastián y, encima, me han hecho el regalo de ser miembro de este Jurado donde comparto espacio con gente a la que admiro tanto.
¿Se siente más tensión siendo jurado que trayendo una película a concurso?
No sé si tensión es la palabra, pero sí que tienes una mayor carga de responsabilidad. Al fin y al cabo cuando acudes a competir a un festival lo que haces es exponerte, pero en este caso lo que me toca es valorar el trabajo de mis pares y lo hago consciente de que nuestra decisión puede llegar a condicionar el recorrido de una película e incluso la carrera de un director, más con la selección de títulos que hay este año donde se concentran tantas óperas primas. Pero también pienso, apelando a mi propia experiencia, que más allá de que te premien o no, el solo hecho de que un certamen como San Sebastián te seleccione ya supone un espaldarazo muy fuerte para tu película.
En este sentido, llama la atención la declaración de intenciones que hicieron durante la gala inaugural del Festival diciendo que no estaban aquí para juzgar el trabajo de los demás sino para impulsar proyectos interesantes.
Es que yo creo que los festivales son una forma de democratizar el cine más allá de lo que dictan los mercados. La función principal de un festival es dar visibilidad a propuestas que carecen de los mecanismos de marketing necesarios para llegar a un espectro amplio de espectadores. Todo artista necesita reconocimiento, valoración e impulso y esa también es nuestra responsabilidad como jurados.