Enamorarse es volver a empezar, poner a cero el contador de la propia vida. Salvo la primera vez.
Die innere Sicherheit (The State I Am In) indica ya desde su título la mera circunstancia, el embalse mental donde se encuentra su protagonista, una muchacha que despierta al drama romántico a sus adecuados quince años, que por otra parte suman el tiempo que sus padres, ex terroristas alemanes, llevan viviendo clandestinamente en Portugal, desde donde ahora deberán remontar Europa con la sombra de las decisiones pasadas alargándose sobre la familia.
Considerada hoy un remake no declarado de Un lugar en ninguna parte (Sidney Lumet, 1988), que el director Christian Petzold confesaba no haber visto, Die innere Sicherheit está narrada desde el propósito de asimilación y la ira contenida que constituyen la adolescencia, pero su discurso escruta el legado inmovilizador que supone cualquier convicción. Su metáfora de base es diáfana y refiere las incompatibilidades que se pueden presentar entre la inercia del corazón y las ideologías radicales, dos tiranías de la pasión que en pantalla discurren con modales suaves de serie negra, investidas de aflicción, soledad y paranoia. Se trata de una película con alma de cine político pero la política que explora es de proximidad, la de los vínculos emocionales; de gramática justa pero muy resuelta a pactar con sus inconsistencias, que aunque podrían entrar en conflicto con su naturalismo aparente, terminan por jugar en favor de un tono espectral idóneo a la deriva que propone.
RUBÉN LARDÍN