El Festival ha apostado en los últimos años por un cine francés comprometido con la realidad, la originalidad y la radicalidad de los lenguajes expresivos. No en vano organizó en 2009 una retrospectiva titulada “La Contraola. Novísimo cine francés”, en la que se proyectaron algunas de las películas definitorias de Bruno Dumont, Claire Denis, Lucille Hadzihalilovic, Laurent Cantet, Philippe Grandrieux, François Ozon, Nicolas Klotz, Arnaud Desplechin y Bertrand Bonello, entre otros. Algunos de estos cineastas, como Ozon (Concha de Oro en 2012 por En la casa), son habituales en la Sección Oficial o en Perlas. Dumont presentó a concurso en aquel 2009 una de sus propuestas más controvertidas, Hadewijch. Cantet había obtenido diez años antes el Premio Nuevos Directores con Recursos humanos. Mia Hansen-Love compitió en 2014 con Eden. Ahora es Bonello quien regresa con Nocturama, un filme sobre la violencia y el terrorismo. Pero como hizo Gus van Sant al evocar la matanza en el instituto de Columbine en Elephant, Bonello prefiere mostrar sin enjuiciar, dejando que sean las fluidas imágenes las que den respuestas por sí mismas y no imponiendo nunca una visión parcial o un juicio moral, lo que es una elección que, por supuesto, no dejará contento a todo el mundo.
FORMAS VÁLIDAS
Ayer hablábamos de las mil caras que debe tener un certamen cinematográfico y la presencia de Eidurinn/The Oath lo corrobora. Frente a la lectura entre líneas de Bonello, el director y actor islandés Baltasar Kormákur prefiere la evidencia al relatar una historia que vira hacia la violencia: un prestigioso cardiocirujano decide pasar a la acción cuan
do descubre el control que un joven traficante de drogas ejerce sobre su hija. Las películas de Kormákur y Bonello hablan de la violencia –como el virulento doblete que puede verse esta tarde en la retrospectiva temática, The Act of Killing y The Look of Silence, las dos caras de una misma y horrible moneda–, pero las formas encontradas que tienen de hacerlo las distancian. Ambas son válidas. Cada espectador decidirá con cual quedarse mejor. Si pasamos hoy de una sección a otra nos encontraremos con situaciones similares, formas opuestas de encarar el hecho de narrar en imágenes. Porque Emir Kusturica explota al máximo sus recursos y particular imaginario en On the Milky Road, otra de sus fábulas con atribulada música zíngara, animales con alma, alcohol, leche, ambiente bélico, tono fantástico y elementos de esperpento balcánico, mientras que Claude Barras cuenta la historia de amistad y superación en una casa de acogida en Ma vie de courgette: ante el expansivo director de Papá está en viaje de negocios, quien comparte encuadres con Monica Bellucci, Barras ofrece un delicado microcosmos de animación servido por un guion de Céline Sciamma, la directora de Bande de filles, presente en San Sebastián hace dos años.
Hoy se empezará a perder el rastro de Ethan Hawke, pero quedan dos de sus películas, también enfrentadas, tan distintas entre sí: Los siete magníficos, o como recuperar en 2016 el espíritu popular del clásico western de los años sesenta inspirado en los samuráis de Kurosawa, y Born to Be Blue, un biopic jazzístico; o lo que es lo mismo, Hawke como el imaginario y traumatizado pistolero Goodnight Robicheaux y en el papel de Chet Baker, el gran cantante y trompetista del jazz cool y sensual de la Costa Este estadounidense, la emoción en un susurro. Otro actor con muchas –aunque quizá no mil– caras.
QUIM CASAS