"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Poeta, sibarita, gastrónomo, militante comunista, senador y lector empedernido de novelas policiacas, la figura de Ricardo Neftalí Reyes resulta tan inabarcable que él mismo se vio forzado a recurrir a un heterónimo para acotar una personalidad desbordante y rubricar su legado y ese nombre fue el de Neruda, Pablo Neruda. El cineasta Pablo Larraín –uno de los valores emergentes del nuevo cine latinoamericano tras haber encadenado éxitos como No (primera película chilena en ser candidata al Oscar) y El club– se entrega a la temeraria operación de ir despojando de caparazones al personaje hasta conseguir desnudar su alma en un destilado cinematográfico tan alejado del biopic al uso como imbuido de la sustancia lírica que le es propia a la obra del poeta chileno. Del mismo modo que Steven Soderbegh se aproximó a la figura de Franz Kafka en 1991 tratando de dilucidar cuánto de kafkiano pudo haber en la propia existencia del autor checo, Larraín reivindica lo que de nerudiano pudo haber en Neruda.
Para ello, el cineasta se traslada a 1948, año en el que el gobierno chileno resolvió ilegalizar el Partido Comunista y Neruda, que en ese momento ejercía como senador, fue forzado a moverse en una suerte de clandestinidad tolerada toda vez que pesando sobre él una orden de busca y captura (como sobre el resto de sus camaradas), su reputación internacional desaconsejaba detenerlo. Tener a Neruda metido en una celda podía volvérsele en contra al gobierno chileno que, de este modo, instruyó a sus policías para hostigar al poeta pero absteniéndose de apresarlo. Esta aparente contradicción le sirve a Pablo Larraín para estructurar un relato que va construyéndose sobre una sucesión de paradojas y donde el director también apela al mito de Némesis para evocar la retroalimentación que se da entre perseguidores y perseguido, cada uno de los cua les busca legitimidad para sus acciones en los movimientos del otro.
Gael García Bernal –quien ya había brillado a las órdenes de Pablo Larraín en No– es el encargado de encarnar a Óscar Peluchonneau, el policía al que, supuestamente, el gobierno chileno dio la orden de poner en jaque al poeta mientras que Luis Gnecco encarna a Pablo Neruda, arrojando luz sobre las infi nitas contradicciones que sostuvieron la lucha del poeta por erigirse en portavoz de los oprimidos sin renunciar a su privilegiada posición social. Una paradoja más que añade vigencia ideológica a una película que, no obstante, permanece alejada de cualquier tentativa discursiva. Porque Pablo Larraín es de esos directores que se sienten más cómodos abriendo interrogantes que explicando comportamientos. Es al espectador a quien le toca juzgar las contradicciones inherentes a toda personalidad y la de Pablo Neruda, como la de tantos otros grandes personajes, se antoja insondable.
JAIME IGLESIAS