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Tendrá premio o no, pero Amama –la segunda película en euskera que compite por la Concha de Oro, tras Loreak (2014)– gustó, a juzgar por los aplausos recibidos ayer.
Asier Altuna (Bergara, Gipuzkoa, 1969) aborda la desaparición de una forma de vida, la del caserío vasco, y el conflicto que dicha pérdida suscita en la familia del medio rural. Bajo la mirada de una abuela (Amparo Badiola) que observa el mundo en silencio, la trama se centra en Tomás (Kandido Uranga) y Amaia (Iraia Elías), padre e hija, dos formas opuestas de entender la existencia. Amama es también un poema visual e imaginario, inspirado en textos de Kirmen Uribe y Sarrionandia. “El mundo de Tomás lo contamos casi sin palabras, con miradas y a cámara parada; el de Amaia tiene colores, música y movimientos de cámara. Es un juego”, explicó ayer el director guipuzcoano, que en 2011 presentó en Zinemaldia el documental Bertsolari fuera de concurso.
A Altuna le fascina el personaje de Tomás, “un señor anclado en una posición dura y violenta, un incomprendido, que parece que no tiene sentimientos. Cuando las mujeres se plantan ante su postura, no le queda otra que evolucionar y ese viaje es el que me interesa contar”. para el realizador, que conoce bien el mundo rural, “la vida en el caserío, tal y como ha sido hasta ahora, ya no tiene sentido. Es dramático, porque dejar de trabajar la tierra es como dejar de ser nosotros. No sólo ha cambiado la forma de ganarse la vida, también el modo en el que te colocas en el mundo. Conozco gente, como Tomás, a la que el caserío le da, no sólo la economía, sino también la seguridad y la espiritualidad. Y luego hay otra gente, como Amaia, que no ve sentido a vivir así, pero tampoco quiere perderlo todo. Esa es una lucha real que se está dando.
Para Kandido Uranga, que también se crió en un caserío, esta película es, sobre todo, “un canto al amor, una elegía. La violencia, los reproches, todos los conflictos que aparecen están basados en el amor”.
A Amparo Badiola, la mujer que da vida a la ‘amama’, Altuna la encontró en un bar de Pasaia, aunque ella reside en Montpellier, Francia, desde que de niña salió huyendo de la guerra. “Buscaba a una abuela que fuese muy guapa y elegante y no acababa de encontrarla. En cuanto vi a Amparo, no pude dejar de mirarla, hasta que la abordé. Ella pensó que yo era un loco, pero me dejó hacerle una prueba. Fue increíble, era como si esta mujer llevara toda la vida haciendo cine”.
Badiola se mostró emocionada, y sus palabras recibieron un estruendoso aplauso: “Fue un encuentro mágico y asombroso. ¡Con todas las abuelas que hay en el mundo, que Asier me encontrara justo a mí…! Me convenció enseguida y no me arrepiento. Ha sido una experiencia increíble. A mí me lo quitaron todo en la guerra, todo, hasta las raíces, y esta película me lo ha devuelto”.
K.A.