"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
La Sección Oficial propone hoy identidades cinematográficas bien distintas. Alguna de ellas puede sorprender sobre el papel, pero la barrera de los géneros ya ha sido dinamitada en los últimos tiempos. El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki, obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 2001. Desde entonces –aunque tampoco se haya practicado en exceso–, carta blanca para que el anime se codee de tú a tú no solo con el cine de animación occidental, sino con las películas de imagen real, con los documentales, filmes de autor o producciones de estricto género.
Bakemono no ko (The Boy and the Beast) es el primer filme japonés de dibujos animados que concursa en San Sebastián, un privilegio que debería ser algo normal. ¿Podrá competir con el melodrama de Sunset Song, la tragicomedia de Truman, la ciencia ficción de Evolution o la adolescencia fracturada de Sparrows? Mamoru Hosoda, uno de los últimos grandes autores del anime, tiene la llave para resolverlo con esta historia sobre un niño solitario y la criatura sobrenatural que solo existe en un mundo imaginario.
Hoy se presenta también High-Rise, la película de Ben Wheatley que adapta la novela homónima de J.G. Ballard (traducida al castellano como “Rascacielos”). Wheatley es uno de los nombres más inclasificables de la última hornada de cine británico, conocido y reconocido, sobre todo en círculos de seguidores del terror, por Turistas (2012). Adaptar a Ballard no es fácil. David Cronenberg salió airoso con Crash (1996) –además, en otras de sus películas, caso de Vinieron de dentro de… (1975), la influencia del escritor es considerable–, y Steven Spielberg saldó con corrección su lectura de El imperio del sol (1987). Wheatley, más epidérmico, se enfrenta a otro reto: ¿Cómo filmar la relación entre el ser humano y los edificios que habita, la influencia que las oscuras y despersonalizadas casas de viviendas tienen en el comportamiento a veces tan desquiciado de los personajes, uno de los temas recurrentes de Ballard?
Después de un anime y una mezcla de thriller y ciencia ficción distópica, el uruguayo Federico Veiroj, premiado con sus anteriores largometrajes –Acné (2008) y La vida útil (2009)– en Cine en Construcción, nos presenta su particular visión de un treintañero que desea hacer tabla rasa con el pasado. Para ello, decide apostatar. Y mientras se cuestiona las relaciones con su prima y con una vecina, el protagonista de El apóstata inicia un periplo laberíntico por juzgados y burocracias eclesiásticas para que quede certificado que reniega de la fe cristiana en la que fue educado.
Q.C.