"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Un adolescente, una madre y un padre. Ninguno de los tres se conocen, pero sus caminos se cruzarán en algún momento. Los tres han sido víctimas o causantes de abandono. Los tres están solos, intentando recuperarse de un pasado traumático que no pueden olvidar y que se ha convertido en el eje motor de sus vidas, causándoles un profundo dolor y un enorme vacío emocional.
Tres historias de pérdida y de desconexión con el mundo que el director Lee Sang-il dota de una fuerza y una rabia pocas veces vista en el cine japonés contemporáneo. Ese sentimiento de exclusión quizá se encuentre supeditado al propio origen del director, perteneciente a la comunidad de los coreanos nacidos en Japón, los “zanichis”, sobre los que han girado películas tan relevantes como Go (2001), de Isao Yukisada (presente en este ciclo con la película Parade). Ese sentimiento de rechazo y de desconexión con el mundo que les rodea recorre a los personajes de Border Line.
El director traza un mosaico de historias que se van complementando a través de una serie de seres que han de enfrentarse a sus propios fantasmas. Se encuentran en momentos vitales diferentes y se mueven entre el despecho, la desesperación, la culpa y la redención. Todos harán algo bueno y algo malo por el camino. Consuelo y perdón, catarsis o muerte.
Un adolescente que se encuentra en busca y captura e intenta dar de nuevo sentido a su vida. Una mujer que descubre que su hijo es maltratado en el colegio al mismo tiempo que su marido la deja y, asediada por las deudas, pierde la cabeza. Y un yakuza que tendrá que saldar una cuenta de honor que terminará por dejarlo expuesto frente a una humanidad que creía haber perdido.
El director nos muestra a estos tres protagonistas frágiles e indefensos dentro de un entorno que retrata como hostil, en el que todos los demás personajes que aparecen lo hacen de igual manera, cargando con sus propias miserias. Así, el retrato global que termina realizando de la sociedad japonesa no deja de ser desesperanzador. Adolescentes prostitutas, taxistas locos, dependientas pasivo-agresivas y niños maltratadores.
A pesar de este panorama miserable, lo cierto es que el director sabe cómo mantener la distancia y acercarnos a cada una de las historias de una manera nada obvia, plasmando con virtuosismo el desconcierto de los personajes. La cámara nos acompaña en este intrincado itinerario introduciéndonos en rincones mucho más delicados y sutiles de lo que podríamos imaginar dentro de una película de gran virulencia expresiva que se convierte en una magnífica reflexión en torno a la falta de referentes y al desarraigo vital.
BEATRIZ MARTÍNEZ