"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
La posguerra tiene muy mala fama porque suena a viuda y a plañidera, a tía segunda un poco aguafiestas que después del conflicto (que es como el neolenguaje se refiere ahora a guerras y matanzas) hace cuentas y persevera en el drama. Todas las posguerras son la misma, el mismo hueco en el pecho, en la ideología, en el árbol genealógico y en la despensa, pero cada una tiene sus particularidades y requiere atención específica. El espectador cautivo en el cine escapista se suele mostrar renuente a tratarla, pero una de las tareas del medio es sostener la memoria para dar alas al porvenir.
La guerra de Bosnia, la primera televisada y por tanto una de las mejor manipuladas según intereses peregrinos, tiene en su posguerra un sinfín de tragedias residuales que veinte años después es necesario seguir pormenorizando, entre ellas las violaciones masivas de mujeres por parte de soldados serbios. En Grbavica (el título da el nombre de uno de los distritos de Sarajevo azotados por aquella infamia), Esma es una madre soltera que se mantiene gracias a empleos precarios junto a su hija Sara, en cuya escuela se prepara una excursión que a los hijos de mártires de guerra les saldrá a mitad de precio siempre que presenten el certificado correspondiente. Esma, que guarda un secreto, se empeñará en reunir el dinero que le permita seguir ocultando la verdad, lo que le llevará a darle largas a una niña de doce años que detecta lagunas y crece al ritmo convulso de un país en reconstrucción, material y del espíritu.
Grbavica condensa en esa circunstancia doméstica los vapores de la guerra y su dilatada influencia en el tiempo, el poso de dolor y la pena enquistada que se alimenta de olvido. Sus modos son austeros y formulistas, los del cine social, pero la película viene cargada de minucias en el retrato colectivo, en lo humano y en lo urbano, que dan el peso neto y emocional de la dichosa posguerra, un periodo incierto que todo el mundo tiene prisa por dejar atrás pero que va a durar siempre más de la cuenta, y que incluso superado, asomará en las conductas diluidas de un pueblo que ya siempre será hijo de la contienda.
Grbavica, que, entre otros reconocimientos, le mereció a Jasmila Žbanić el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 2006, habla del más aberrante impuesto de sucesión, de la vergüenza y de la dignidad, pugnando en cada uno de sus fotogramas para que aquellas heridas que se resisten a cicatrizar, al menos cristalicen. Si es posible en esperanza antes que en resignación.
Rubén Lardí