"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Más que situar y poner en valor La muerte del Sr. Lazarescu (2005) dentro de la cinematografía rumana de este siglo, resulta más interesante tender puentes entre esta película de Cristi Puiu y títulos aparentemente alejados como Reservoir Dogs (1992), Gridlock’d (1997) o Amor (2012). Con el debut de Quentin Tarantino, aparentemente la correspondencia más inopinada, comparte una voluntad de verismo respecto al hecho de morirse y su plasmación en el cine hasta entonces: el Señor Naranja que interpretaba Tim Roth se retorcía durante toda la película en un charco de sangre porque en la realidad nadie, aseguraba Tarantino, muere inmediatamente de un tiro en el estómago. El Señor Lazarescu, desde que empieza a encontrarse mal hasta que finalmente fallece, también sufre una larga agonía en la que el tiempo cinematográfico pretende ser fiel al tiempo real. Se asemeja a la muy curiosa y olvidada película de Vondie Curtis-Hall en que las dos relatan una desesperante epopeya dentro del laberinto burocrático y sin sentido de la sanidad pública. Y con la última obra de Michael Haneke se hermana por describir la muerte de un ser humano como un hecho común y prosaico que poco tiene que ver con la estilización del drama cinematográfico y sí con la vulgaridad de los dormitorios de casas privadas o las camillas de un hospital.
La historia que cuenta La muerte del Sr. Lazarescu es, valga el tópico, la de un pobre diablo que no tiene ni dónde caerse muerto. En una romería descorazonadora de hospital en hospital, este personaje a un paso de la indigencia va perdiendo, por un lado, su vida, y por el otro, su condición de ser humano. Ambulancieros, personal de enfermería y servicios de urgencia y médicos se van acogiendo a protocolos absurdos, contradiciendo en sus diagnósticos y, literalmente, quitándose el muerto de encima. Lazarescu no es un persona: es un paciente que el sistema sanitario desbordado, chapucero y disfuncional no puede absorber y, por tanto, queda reducido a una simple molestia burocrática. Cero empatía, nula compasión, ninguna humanidad.
Así que, más allá de las comparaciones meramente cinematográficas citadas anteriormente y de otros paralelismos que en su día cosechó la película (con Dante o Kafka, ni más ni menos), si La muerte del. Lazarescu es una obra con tanta facilidad para dejarnos compungidos es por la penosa similitud entre el inoperante sistema de la sanidad pública rumana que retrata el filme y las experiencias que muchos de nosotros podemos haber vivido con la seguridad social de nuestro país.
JOAN PONS