"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Una improvisada islita construida propiamente para la película simulando a una de las muchas que se producen anualmente de manera natural, sirve de único escenario para este drama intimista del realizador georgiano George Ovashvili premiado en el Festival de Karlovy Vary. En ella se situarán un anciano y su pre-adolescente nieta durante los meses en los que el curso del río Inguri y el clima les permiten plantar su maizal.
Salvo unos soldados georgianos y otros rusos que aparecen y les incordian no más de cinco veces a lo largo de toda la historia -la diminuta isla está situada entre dos tierras, Georgia y Abjazia- son únicamente el abuelo, su nieta y su propia soledad los que conducen esta historia en la que la naturaleza es la propia protagonista. El río construye, el río destruye.
La niña descubre su sexualidad -simbolizada por la muñeca que al principio no suelta y poco a poco la va dejando a un lado- araíz del interés que le despierta el soldado que ha quedado atrapado en el islote, malherido, al que el abuelo cobija y protege.
La película está llena de momentos brillantemente plasmados gracias a una espectacular fotografía, repleta de imágenes sugerentes que transmiten paz y al mismo tiempo inquietan, con un par de personajes que tienen todo el tiempo del mundo para observar, escuchar, trabajar, o simplemente estar. En efecto, Ovashvili les deja estar, les deja trabajar, construir y pescar, comer, dormir, pensar... todo menos hablar. Porque en Corn Island no se habla, apenas intercambian cuatro frases a lo largo del filme, y en este caso es de agradecer: esas miradas penetrantes y sus rutinarias acciones lo dicen todo. Y es que las miradas del veterano actor turco Ilyas Salman y la jovencísima Mariam Buturishvili magnetizan al espectador, haciéndolo de alguna manera cómplice de su situación. Entenderemos su soledad, melancolía, necesidad, anhelo, miedo y poca, muy poca felicidad. ANE MUÑOZ