"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Denzel Washington es uno de los actores más disciplinados que existen porque ama su trabajo con una pasión que va más allá de lo meramente profesional y alcanza un grado, por qué no decirlo, de espiritualidad. Que nadie dude de que el actor ganador de dos Oscar se está preparando a conciencia para acudir al Zinemaldia a recoger el Premio Donostia. Durante las vacaciones de verano se relajó, como hace la mayoría de los mortales que disponen de tiempo libre al sol, y eso le ha llevado a ponerse en guardia. Con su fisio, su entrenador personal y un nutricionista se ha impuesto la tarea de afinar la puesta a punto física y mental para la vuelta al trabajo. La prensa sensacionalista ha hablado de una rehabilitación, de una cura de dos semanas en un centro especializado en recuperar a las personas de sus excesos. Me gustaría saber qué es exactamente lo que este hombre tan metódico entiende por pasarse de la raya.
También se han extrapolado sus declaraciones durante la presentación de una película de acción como The Equalizer, ya que aprovechó la ocasión para postularse como el primer James Bond de raza negra. Lo dijera en broma o en serio, posiblemente más lo primero, suena normal. A finales de año Denzel Washington cumplirá los 60, una edad límite para ciertos papeles dentro del género. Y, bien mirado, su candidatura a 007 puede resultar incluso más reivindicativa que su encarnación de Martin Luther King, oportunidad a la que prefirió renunciar en una decisión que le honra. Su cuota de afroamericanismo está más que cubierta con Malcom X y Huracán Carter. Aunque seguramente pasa por ser el personaje vivo más importante de su comunidad, con permiso de Obama, prefiere evitar la tentación de creerse un mito o un líder por los derechos y libertades de los suyos.
Él lo vive de otra forma, con la sencillez de alguien que se sabe el hijo del predicador que fue tocado con un don: el de la interpretación. Por lo general, cuando se hace la reseña de un actor famoso, la norma suele ser referirse a sus grandes éxitos de crítica y público. Voy a permitirme la licencia de comentar una de sus películas consideradas menos importantes, si no totalmente olvidada. Se trata de La mujer del predicador, título condenado a la tan denostada lista de productos de sobremesa indicados para echar la siesta frente al televisor. Ni siquiera la presencia de la malograda Whitney Houston, que volvía cargada de buenas intenciones a cantar gospel con el coro de la iglesia, sirvió para redimir a su pareja estelar. Pero, por más cursi que parezca el detalle, nuestro flamante Premio Donostia hacía de ángel negro. Y yo, que soy blanco y pecador, me creo a Denzel Washington en ese papel.
Gracias a aquella caracterización celestial he terminado por comprender el tipo de motivación que le convierte en tan buen actor, y es que frente a la cámara se siente capaz de transmitir a sus semejantes la energía de vivir. Es un ser inspirador, tal como se puede comprobar en Internet viendo sus clases para estudiantes de interpretación. Para inspirar a sus futuros colegas de profesión les adoctrina sobre la idea de que los sueños resultan ilusorios y no sirven de nada sin metas, que a su vez hay que lograr con esfuerzo y dedicación. Todo esto que es muy teórico, e incluso diríase salido de cualquier manual de autoayuda al uso, lo ilustra maravillosamente con la siguiente imagen: “poned vuestros zapatos cada noche debajo de la cama, a fin de que a la mañana siguiente os arrodilléis para cogerlos”. Ya sé que no corren buenos tiempos para las lecciones de humildad, pero cuando vienen de alguien tan grande adquieren todo su sentido.
Espero que este artículo nos acerque un poco más a lo que tal vez esté sintiendo Denzel Washington en el preciso instante en que salga al escenario del Kursaal para recoger su merecido Premio Donostia, con una delatora y sincera sonrisa. Mikel INSAUSTI.