"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El imperio de los sentidos y El imperio de la pasión comparten un título parecido y un vínculo temático: la experiencia límite de una pareja de amantes en el campo del amour fou, más allá de las convenciones e incluso del raciocinio, y cuya autodestructiva meta no puede ser otra que la muerte. Sin embargo, son dos películas muy distintas en enfoque y tratamiento. La primera, auténtica piedra de escándalo desde su presentación en el Festival de Cannes, recrea una historia real acaecida en Japón en 1936. Sus protagonistas, una prostituta y su nuevo amo, hacen el amor ininterrumpidamente en una espiral obsesiva que alcanza su cénit en los veinte minutos finales, rodados por Nagisa Oshima como si se tratara de una ceremonia religiosa; un clímax asfixiante, agónico, de serenísima exposición, clausurado con la celebérrima escena del estrangulamiento y posterior emasculación del protagonista masculino. Una tragedia filmada con los exaltados colores del melodrama más puro, el sirkiano. La explicitud del sexo (felaciones y penetración sin simulación alguna) propiciaron el consabido debate sobre las fronteras entre erotismo y pornografía, pero el horizonte de El imperio de los sentidos se sitúa a años luz de la controversia: como escribía con lucidez César Santos Fontenla, “Oshima no es ni un pornógrafo ni un erotómano, sino un poeta y un rebelde, cuando no un revolucionario”. Y un humanista, cabría añadir. Y ahí queda esta obra fundamental del cine de los años setenta, escrita con letras de oro en la historia de la cultura contemporánea.
El tormento y la angustia son los motores que activan El imperio de la pasión, por la que reverberan ecos de film noir (dos amantes asesinan al marido de la mujer, como en El cartero siempre llama dos veces o Perdición), del cine fantástico japonés de fantasmas a lo Kaneto Shindo (el fallecido se manifiesta corpóreamente tres años después del crimen) y del melodrama torrencial de Mizoguchi (aires inequívocos de Los amantes crucificados y Cuentos de la luna pálida después de la lluvia), por no hablar de ese pozo inquietante que, vista hoy la película, la proyecta hacia el futuro: las epopeyas espectrales de Hideo Nakata. Pero Oshima tiene voz propia y no necesita asideros referenciales.El imperio de la pasión es un bellísimo cuento de incandescente romanticismo e irresistible fuerza telúrica: frío, lluvia, nieve, niebla y hojas otoñales que caen de los árboles y alfombran el bosque alcanzan un fascinante vuelo poético.
JORDI BATLLE CAMINAL