Que qué has hecho, Carmen? Mucho, has hecho muchos méritos para este Donostia y para cuantos otros premios has recibido hasta ahora, y los que aún vayas a recibir. Siempre se quedarán cortos en medir tu valía los Félix del Cine Europeo, los Goya españoles, los Cesar franceses, el del festival de Cannes, el Ondas, los Fotogramas de Plata, el CEC, los de la Unión de Actores, el Sant Jordi…
Has protagonizado algunas de las películas españolas que han hecho historia, has intervenido en cortometrajes que abrieron campos aunque entonces no te dieras cuenta de ello, has sido generosa con directores novatos o expertos, has volcado en tus personajes sinceridad y eso tan raro de definir que se llama humanidad, has triunfado dentro y fuera de tu país, y es lógico que este Festival tuyo, en el que a lo largo del tiempo has hecho de casi todo, te lo agradezca y te reconozca en todo lo que vales.
Quién te iba a decir a ti que acabarías siendo una estrella de cine cuando, de jovencita, comenzaste como aficionada a hacer teatro en el colegio, y tiempo después en los cafés-teatro en los que te divertías haciendo de cualquier personaje –hasta de Marilyn Monroe– con lo que fuiste encontrando tu sitio, que no era el de abnegada madre de familia al que te habías creído destinada, y del que supiste desprenderte con valor. Si por entonces eras una chica tímida, ante el público dejabas de serlo, y si creías que tu cuerpo no estaba “a la moda” porque eras morena y rellenita, en el escenario te crecías como una diva y todo lo demás te dejaba de importar. Y es que ya desde entonces, Carmen, supiste aplicar a la vida gran arrojo y mucho humor. Habrá habido veces en que ambos te hayan fallado, porque en la vida aparecen reveses inesperados, pruebas de las que tú siempre has vuelto a emerger, siguiendo decidida tu camino. Te separaste de Pedro Almodóvar, el director con quien quizás mejor te has entendido, un cómplice irrepetible con el que hiciste algunas de las películas que te llevaron a la cumbre y que son ya joyas de nuestro cine. Y te pasó aquello otro y aquello otro… Pero revolaste con una sonrisa que acabó enriqueciendo tus personajes del cine con una sinceridad que cautivaba. Con buena risa y mucha sensibilidad has bordado gran número de personajes que has entendido muy bien fueran de donde fuesen, con frecuencia franceses o italianos. Claro que, como en buena parte te habías educado entre ellos y hay cosas que no se olvidan -tienes un memorión-, tú te sentías como en casa. Fuiste niña de buenos colegios, pero te zambulliste pronto en la vida aprendiendo de ella más que en las aulas. Y no sólo durante aquella movida famosa, ya tan pasada y cacareada, sino en la vida misma, a pecho descubierto, pasándolas unas veces felices y otras veces moradas.
Qué gusto sigue dando verte en la pantalla, desde aquella muchacha ingenua de Tigres de papel o el ama de casa destruida de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, el chico operado de La ley del deseo, la monja tortuosamente enamorada de Extramuros (con la que en este festival te premiaron), la mediocre canzonetista de ¡Ay, Carmela!, la arriesgada vendedora de pisos de La Comunidad (por la que de nuevo te premiaron en Donosti), la muerta revivida de Volver, la enérgica abuela de Carta a Eva, y ahora esta bruja de Zugarramurdi… Más de cien películas, Carmen, entre el cine y la tele, colaborando en cada una de ellas con toda la entrega de que eres capaz; fueran buenas o regulares, siempre mejoradas por tu presencia.
Estoy seguro de que lo que este Festival quiere con el Premio Donostia es expresar su reconocimiento por cuanto has hecho para mejorarnos a través de la risa o el sentimiento. Y, desde luego, profesarte admiración por tu coraje y tu competencia. Te aplaudiremos ahora, si no supimos hacerlo antes por eso tan raro que hay en nuestro país de no valorar como se merecen nuestras artistas excepcionales. Como tú, Carmen Maura.
Diego Galán