"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Promocionada como un “Resacón en Las Vegas con tacones”, una suerte de híbrido entre la chick flick y la comedia grosera (algo que, a la vista de imitaciones como Bachelorette, tal vez haya marcado el inicio de un nuevo subgénero), La boda de mi mejor amiga es, ante todo, un vehículo estelar hecho a la medida de la nueva reina de la comedia americana: Kristen Wiig.
“The New York Times” definió a Wiig, acertadamente, no como “la novia de América” sino como su “tía excéntrica”. Efectivamente, todos sus papeles en el cine, como la angustiada dueña del parque de atracciones de Adventureland o la ejecutiva de televisión, sutilmente agresiva, de Lío embarazoso, responden a un perfil muy concreto, el mismo que dominó sus apariciones en el “Saturday Night Live”, auténtico campo de juegos de la actriz y espacio en el que desarrolló sus dotes como contorsionista del humor. A lo largo de siete temporadas, Wiig se especializó en personajes en estado de inestabilidad permanente, mujeres desquiciadas y repletas de tics, a punto de estallar: como la sobreexcitada Sue, incapaz de guardar un secreto, o Shana, la animadora sexy que no puede controlar sus gases.
Algo hay de esta efervescencia (auto)destructiva, impredecible, en algunas de las mejores secuencias de La boda de mi mejor amiga, filme coescrito por la propia actriz que reproduce una de las confrontaciones habituales en la comedia: el orden frente al caos. Como agente de este último, Annie, el personaje de Wiig, rivalizaría con la Hepburn de La fiera de mi niña: ella sola es capaz de convertir una visita a una tienda de vestidos de novia en un festival de fluidos corporales, hacer aterrizar un avión tras un etílico enfrentamiento con un azafato y destrozar una perfecta recepción prenupcial con un catálogo de movimientos digno del mejor slapstick.
Más allá de acrobáticos encuentros sexuales y virtuosas secuencias de improvisación, La boda de mi mejor amiga reposa, también, sobre escenas más contenidas en las que gravita el tema central de la película: la amistad femenina. Tras el anuncio del enlace de su mejor amiga, un primer plano muestra el rostro de Annie pasando, en un instante, de la alegría al desamparo. Tal vez sea esta mezcla de gestualidad excéntrica y vulnerabilidad natural lo que hace de Wiig una cómica prodigiosa, una actriz cuya presencia en pantalla provoda sensaciones contradictorias: a la vez que exhibe un dominio absoluto de su cuerpo, parece estar caminando, en todo momento, por la cuerda floja.
Quizás a esto se refería Lorne Michaels, creador del SNL, cuando la describió con una frase que podría ser la definición perfecta de cualquier buena comedia: una combinación de “precisión” y “ligereza”.
M.A.