"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Aquí el golf no está muy bien ponderado porque a un latino le tira la sisa tanto postín y toda esa extensión sin edificar no se entiende, pero la comedia deportiva orteamericana estaría
incompleta sin su gran película dedicada al golf. La disciplina ya había sido tocada por el género bufo en títulos como ¡Qué par de golfantes! (Norman Taurog, 1953), que hoy sólo se recuerda porque amparó el “That’s amore” de Dean Martin, o, con más jaez –Georges Cukor mediante–, La impetuosa (1952), pero era necesario encetar los frívolos ochenta para hacer posible un primer desmadre de calibre, algo memorable, un “hoyo en uno”.
El club de los chalados (Caddyshack en el original) se inspiraba en las memorias como caddy de Brian-Doyle Murray, hermano de Bill y también del ramo, y si bien partía de un guion férreo, acabó luciendo estructura endeble por una razón muy sencilla: los muchachos del National Lampoon siempre fueron indomables y su espontaneidad iba a dictar muchas de las dinámicas del rodaje. Chevy Chase como dandi atolondrado y Bill Murray trabajando los márgenes se nutrieron de su inconmensurable capacidad para la improvisación, secundaron el demente baile de san Vito de Rodney Dangerfield y acabaron por embocar el trabajo del resto hacia una frescura chorra y descarada que amplificaría inesperadamente el producto.
Con un sentido del humor saludable y pueril que nos apela al niño, al adolescente y al adulto estúpido que somos todos, con notables ramalazos de ordinariez (atención al momento Tiburón), un exceso de aparato ideal para el sindiós en las escenas masivas, cumbres de tontería dialéctica que llegarían a contaminar el lenguaje de la calle y hándicaps los justos (acaso un linaje televisivo que entonces todavía nos era algo ajeno), la huella de este primer largometraje firmado por Harold Ramis, que traía carrerilla como escritor de la revolucionaria Desmadre a la americana (John Landis, 1978) y de Los incorregibles albóndigas (Ivan Reitman, 1979), se rastrea continuamente, para bien y para mal, en la comedia contemporánea.
Crecida en el recuerdo, vindicada por la prensa deportiva y bendecida por popes como Tiger Woods, El club de los chalados no es sólo la comedia más popular sobre golf sino que permanece, más allá de los géneros, como “la película” del tema. Ah, pero es que, atiendan, un último dato, el definitivo: estamos hablando de una película de golf donde el green ¡está infestado de topos!
RUBÉN LARDÍN