"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Fijémonos bien, aprovechando que le tenemos aquí para darle el Premio Donostia. Miremos el borde de la frente de John Travolta, justo en su frontera con el cuero cabelludo. ¿La sombra de alguna cicatriz? Es posible que su rostro amable, sus ojos azules, su característica fisonomía, recubran en realidad el cuerpo y el cerebro de otra persona.
Ocurría en mi película preferida suya, aquella extrema Cara a cara ( Face/Off) de John Woo. Él era el policía taciturno. Nicholas Cage, el malo histriónico. La diabólica cirugía estética hacía que Travolta se despertara con el rostro de su enemigo. Y que éste se quedase con su cara y, suplantándole, entrase en su hogar, besase a su mujer…
Con John Travolta pasa un poco igual. Es inconfundible, simpático y juvenil hasta a sus
58 años actuales. Pero siempre nos ha dado la sensación de que había algo más, de que detrás de sus personajes arquetípicos había trasfondos ocultos. Tal vez, puede ser, habían trasplantado el rostro de Travolta a otro cuerpo con un cerebro que pensaba algo distinto a lo que se supone debiera estar pensando.
Su mítico Tony Manero de Fiebre del sábado noche, la quintaesencia del chulito discotequero, ha quedado como un icono hortera y frívolo cuando es un personaje que transmite nihilismo y tristeza. El Travolta exterior se contoneaba sobre las luces de
colores y bordaba aquellas posturitas levantando el brazo, mientras el Travolta interior nos estaba diciendo otra cosa. Ya estaba ahí ese hermoso desajuste, la posibilidad de un doble fondo, su asombrosa capacidad para ser percha de iconos mayores que él mismo
sin dejar de ser ese tipo con el que charlarías a gusto en la cola del parking.
J.T. es tan complejo y ambiguo como, en apariencia, simple. Así le parecía a Maruja Torres cuando le entrevistó en su anterior visita a San Sebastián (en 1983, con Staying Alive, en la que bailaba con calentadores a las órdenes de ¡Sylvester Stallone!). Escribió Maruja: “Es simple como un queso y tiene los ojos azules más bonitos que una ha visto nunca. Con la dentadura equina, como en las películas, pero infinitamente más simpática, John Travolta, que llegó ayer al Festival, es, desde luego, un muchacho que cae bien. No puede decirse que a la hora de la entrevista resulte alentador. Responde con monosílabos o con frases muy cortas, el cuerpo suelto, de gimnasta callejero, y la cabeza en otro sitio”.
Miramos a Travolta y vemos a un actor. Pero, entre otras posibles combinaciones quirúrgicas –quizás también, no podemos saberlo, la de persona atormentada tras una gran sonrisa–, resulta que detrás de su rostro de actor hay un cuerpo de bailarín y dentro
de su cuerpo de bailarín, un cerebro de aviador. O sea, de dentro afuera, utiliza once licencias de piloto, incluida la del Boeing 707 con el que llevó ayuda a Nueva Orleans y Haití. Y sus grandes picos de popularidad le han pillado siempre bailando. Sobre los falsetes de los Bee Gees en Fiebre del sábado noche. Pavoneándose con chupa de cuero en aquella grada del instituto de Grease. Maduro y más adorable que nunca frente a Uma Thurman en Pulp Fiction. O ¡de mujer gorda! en Hairspray.
Este artista con más aristas de las aparentes es un referente de la cultura popular del que te puedes fiar, un carismático profesional que lo sabe todo sobre enormes subidas, hundimientos e inesperadas resurrecciones. Una estrella humana que, como cuando era Vincent Vega en Pulp Fiction, podría decirte: “Con tu permiso, me voy a casa a tener un ataque al corazón”.
M.G.