"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El plano inicial es asombroso, enigmático, arrebatador. Con él, y mientras se suceden los títulos de crédito. La bahía de los ángeles (1963) ya crea las mejores expectativas. Imposible sustraerse a ese travelling que comienza en el rostro de Jeanne Moureau y retrocede veloz recorriendo el paseo de Cannes. Parece la hora del amanecer, la acera está solitaria. ¿Quién es esa mujer que camina decidida, fumando, como queriendo comerse el mundo, sin que nadie la esté mirando? El tema musical de Miche Legrand, con dos pianos frenéticos, aumenta el enigma, el extraño fulgor de una escena indicadora de la personalidad recia e inventiva que ya tenía como cineasta Jacques Demy en su segunda película. Si en al anterior, Lola (1961), Anouk Aimée era una melancólica cabaretera. Jeanne Moureau transmite en La bahía de los ángeles la fortaleza de una manipuladora, la pasión de una vividora, la tristeza de una adicta al juego, el dominio de una seductora, teñida de un llamativo rubio platino que la emparenta conscientemente con los iconos del cine estadounidense de la década anterior, de Marilyn Monroe a Kim Novak, Jackie figura como una mezcla de ángel tentador. La primera vez que se aparece ante los ojos de Jean, la visión es fugaz: ella se maneja en los casinos de la Costa Azul como una ladrona de guante blanco.
Quienes se han quedado con la idea parcial de que el musical exultante es el territorio de Demy, encontraran en la bahía de los ángeles a un cineasta que dibuja un modo intimista y sugerente de internarse en el mundo de los casinos. Demy retrata a dos seres sin más rumbo que el que marca el giro de la ruleta, internados en esa vorágine entre Cannes, Niza y Montecarlo, pero al mismo tiempo preservados para el espectador a través de la forma cercana y sutil de filmar los rostros, y el refugio que ambos crean en una relación interesada y sincera al mismo tiempo.
Se ha comparado a este Demy con Robert Bresson de Pickpocket (1959), por la forma precisa, casi científica, de retratar los mecanismos de la atracción del dinero. Pero en La bahía de los ángeles sobresale la fragilidad de esos dos seres que están en la cumbre y el abismo al mismo tiempo, que quieren extraer la máxima libertad y el máximo jugo a la vida., sin sabes si son el uno para le otro, fichas complementarias o camino de autodestrucción. Con un gusto tan exquisito como emocionante en la construcción de los planos, la elección de las calles y la luz, la plasmación melancólica de un tiempo y un lugar de natural galmourosos, Demy construye un relato agridulce, en el que Legrand introduce cíclicamente ese tema apasionado, inquietante, perenne.
RICARDO ALDARONDO