"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El cine musical surge como respuesta a una pregunta casi existencial: ¿cómo es posible expresar las emociones más intensas –la alegría de estar enamorado, el dolor de haber sido abandonado– con el mismo lenguaje que utilizamos para las vulgares tareas cotidianas? Si la literatura venció ese obstáculo gracias a la poesía lírica, el cine prefirió encontrar en la música ese plus que las palabras necesitaban para ahondar en sentimientos profundos, esos que el lenguaje cotidiano no consigue ni siquiera rozar: en todo buen musical, los personajes hablan, pero cuando llega el momento de hablar de cosas realmente serias, entonces cantan.
Los paraguas de Cherburgo (1964) es una película insólita e irrepetible que solo puede haber sido concebida partiendo de esa premisa, de esa reflexión. Es un musical donde los personajes hablan cantando (o cantan hablando), donde la música acompaña unas letras que lo mismo describen la dulcemente amarga (que diría Shakespeare) despedida de unos amantes en la estación que el arreglo de un coche en un taller mecánico o una transacción comercial en una joyería. Lo lírico y lo prosaico conviven en las melodías sensuales y arreboladas de Michel Legrand, en un filme musical que, curiosamente, prescinde de la danza. Los protagonistas de Los paraguas de Cherburgo nunca bailan, solo recorren las calles de su ciudad con la indolencia del paso cotidiano, sin poder encontrar el fogoso desahogo de un número de danza que los libere de los movimientos regulados por la rutina diaria.Tampoco alcanzan los altos registros vocales de la ópera (otra forma de remontar el lenguaje hacia lo extraordinario) y están siempre constreñidos a
esa zona muerta entre una canción que quiere expresar una experiencia inefable y un habla consciente de que el amor no puede escapar de las imposiciones de una ciudad de provincias (el servicio militar, el dinero, un embarazo que debe taparse con el matrimonio…). El filme se desarrolla así en esa tensión irresoluble entre el mundo idealizado del musical y un registro costumbrista en la más pura tradición francesa.
Los paraguas de Cherburgo es un filme pionero y sorprendentemente moderno que plantea ya una reflexión interna sobre los propios mecanismos del musical. Jacques Demy abría así el camino a películas posteriores como Cabaret (1972), Dinero caído del cielo (1981) o Bailar en la oscuridad (2000), cintas que expresan de manera más cruel y contundente el doloroso
contraste con la realidad, aunque ninguna lo hace con la sutileza de Demy en esta bellísima
y melancólica constatación de la pérdida de inocencia del género.
ROBERTO CUETO