"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Aunque Don Siegel esté considerado un maestro del cine de acción, sus incursiones en el turbio mundo del espionaje se reducen a dos películas, El molino negro (1974) y Teléfono (1977).Son dos aportaciones un tanto tardías a un género que surgió como respuesta a las aventuras de James Bond: en lugar de mostrar a heroicos agentes secretos rodeados de hermosas mujeres, retrataba conspiraciones en la sombra, tristes funcionarios de los servicios de inteligencia y espías que eran víctimas de un sistema cruel y deshumanizado. Sin embargo, Siegel se acerca a ese ambiente un tanto tristón y claustrofóbico con la energía y entusiasmo que caracterizan su mejor cine. En El molino negro no deja de ser un yanqui infiltrado en un relato puramente británico, protagonizado por actores británicos y filmado en escenarios británicos. Pero es esa distancia cultural la que proporciona al film una mirada socarrona y distanciada, un ajustado equilibrio entre el fino sentido del humor con que se describe la maquinaria burocrática del Servicio Secreto y los ásperos estallidos de violencia que son su marca de fábrica. Nunca se oculta la naturaleza de divertimento de una cinta plagada de situaciones improbables y donde la denuncia política subyacente en el género de espías se diluye en una ágil narración de intriga.
Si El molino negro hace de la improbabilidad virtud, Teléfono convierte la inverosimilitud en su razón de ser. Su esencia es la de un cómic repleto de elementos imposibles: un grupo de agentes soviéticos infiltrados en Estados Unidos que son “activados” mediante hipnosis, un estalinista rabioso que planea atentados en ciudades cuyo nombre contiene las letras de su apellido, un miembro de la KGB con memoria fotográfica encargado de eliminarlo, una frívola doble agente que asesina con la misma facilidad con que cambia de vestuario, una experta en computadoras que sabe más que sus propias computadoras… La clave para el consumo feliz y desprejuiciado de este film es no tomárselo nunca en serio y disfrutar con escenas como su brillante clímax en un bar texano (serpiente de cascabel incluida). A diferencia de los personajes melancólicos y angustiados que protagonizaron los más oscuros films de espías, los decididos héroes de El molino negro y Teléfono siempre saben tirar por la calle de en medio para desafiar al sistema.En el cine de Siegel la acción siempre ha contado más que la reflexión y, como dice el poema de Robert Frost que sirve en Teléfono como contraseña para “activar” a los agentes hipnotizados (y del que se apropiaría Tarantino en Death Proof), ellos tienen muchas promesas que cumplir y mucho camino que andar antes de dormir.
Roberto CUETO