"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Un encuadre equivalente al de El origen del mundo, el cuadro de Gustave Courbet que pone en primer plano el sexo de una mujer mientras deja por primera vez fuera de campo su rostro, abre L’Humanité de Bruno Dumont, el filme que conmocionó el Festival de Cannes en 1999. Un encuadre que habla también de otra forma de entender la sexualidad en el cine francés. Dumont readapta la estructura clásica del “polar”ambientado en provincias para seguir las andanzas de un detective en el proceso de investigación de un crimen sexual. El protagonista Pharaon De Winter (Emmanuel Schotté) tiene alma de idiota dostoievskiano y un cuerpo que habla por todos y cada uno de sus poros: tembloroso contempla cómo su amiga y deseada Domino (Séverine Caneele) llora por penas de amor. Aunque, como dijo el poeta, en L’Humanité los personajes no lloran por los ojos, lloran por el sexo... En Tiresia (2003) de Bertrand Bonillo, la poesía pasoliniana de los cuerpos de los suburbios, las mutaciones carnales a la Cronenberg, el tenebrismo de Caravaggio y cierta austeridad espiritual como la que trabajaba Robert Bresson se dan la mano. Como un nuevo coleccionista wyleriano, Terranova (Laurent Lucas) secuestra a Tiresia (Clara Choveaux), una bella transexual brasileña quien, privada de hormonas, regresa a su antiguo aspecto masculino. Tiresia es un canto al misterio de la belleza: el esteta Terranova acaba destruyendo el cuerpo que adora por afán de posesión, y en la segunda parte del filme el padre François (Lucas, de nuevo) intenta aprehender, infructuosamente, el enigma del Tiresia hombre (Thiago Telès) a través de la razón. Como el personaje de la mitología clásica que lo inspira, Tiresia resulta un filme tan sexualmente dual como visionario.
Algo de visionaria tiene también La vie nouvelle (2002) de Philippe Grandrieux, una película que apela a entender el cine como una experiencia puramente sensorial más allá de la narración o el discurso. Como es habitual en Grandrieux, un mínimo hilo argumental que se difumina sin problemas, como también lo hace la imagen,nos conduce por un viaje pesadillesco conducido por la obsesión sexual a los infiernos de una Europa del Este desolada física y moralmente, y apenas habitada por despojos humanos. Más cerca de las vanguardias que de la Nouvelle Vague y con el concurso en la banda sonora del grupo de rock industrial y electrónico Étant Donnés,Grandrieux convierte el celuloide en una paleta plástica y auditiva que nos lleva del impresionismo a la abstracción en una de las experiencias más extremas que propone el cine contemporáneo. Como sucede con L’Humanité y Tiresia, La vie nouvelle no acepta aproximaciones tibias. O se toma o se deja.