"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
“¿Quién mataría a cuatro personas a sangre fría por una radio, un par de binoculares y 40 dólares en efectivo?”
(‘A sangre fría’, Richard Brooks, 1967)
La historia es de sobra conocida. El 15 de noviembre de 1959 el matrimonio Clutter y sus dos jóvenes hijos aparecieron brutalmente asesinados en su casa de Holcomb, un pequeño pueblo de Kansas. El homicidio, sin móvil aparente, llamó la atención de Truman Capote que, tras publicar obras como El arpa de hierba o Desayuno en Tiffany’s, se embarcó en A sangre fría, el titánico proyecto que le proporcionó la gloria primero y precipitó su declive después. Capote viajó al lugar del crimen y durante varios años entrevistó a los vecinos, siguió de cerca las pesquisas policiales e incluso mantuvo largas charlas con los asesinos, Dick Hickock y Perry Smith, después de que fueran capturados.Y sólo cuando en 1965 se les aplicó la pena de muerte pudo el atribulado y exhausto escritor poner punto y final a su libro.
Tan sólo dos años después Richard Brooks alumbró In Cold Blood (A sangre fría, 1967), uno de los más portentosos ejemplos de adaptación cinematográfica de la Historia. El modo en que el director titula el filme, Truman Capote’s In Cold Blood, es toda una declaración de principios respetada escrupulosamente, ya que, pese a las limitaciones obvias del metraje, logró reflejar con asombrosa fidelidad y credibilidad los hechos narrados en la novela.
A ello contribuyeron varios aciertos, entre los que cabe destacar la elección del reparto. Columbia Pictures apostaba por celebridades como Paul Newman y Steve McQueen para encarnar a los asesinos, aunque finalmente Brooks eligió a los casi desconocidos Robert Blake (Perry) y Scott Wilson (Dick).También, por fortuna, impuso su criterio de prescindir del color y fotografiar la acción en un contrastado blanco y negro que acentúa el desasosiego de una historia rodada en algunos emplazamientos reales, como la casa de los Clutter, el juzgado o la horca donde se colgó a los asesinos.
Gracias a esos y otros elementos –hay transiciones deslumbrantes, elipsis geniales y varios acertados flashbacks travestidos de ensoñación–, la cinta se beneficia de un efectivo tono documental. Así, el perfil psicológico de los asesinos queda magistralmente trazado y halla su equivalencia literaria en los recursos empleados por Capote para edificar su famosa y precursora “novela de no-ficción”. Y todo sin necesidad de exacerbar la violencia, implícita en una puesta en escena opresiva cuya máxima expresión podría ser la escena final del patíbulo, ese macabro escenario donde el Estado perpetra otro asesinato –legal, pero asesinato– a sangre fría.
John Forsythe, que interpretaba al agente Alvin Dewey de A sangre fría, protagonizó junto a Jean Simmons el siguiente trabajo de Richard Brooks, The Happy Ending (Con los ojos cerrados, 1969), a partir de un guión del propio cineasta. El filme narra las vicisitudes de Mary, un ama de casa desilusionada por su rutinario matrimonio que ahoga sus penas en alcohol y pastillas. Un día abandona el hogar, hace un viaje a Nassau y vive una desastrosa aventura. Y cuando regresa a Denver no vuelve a casa con su infiel marido y su difícil hija adolescente, sino que decide buscar un trabajo y alquilar un piso. Un cuestionamiento en toda regla al modelo de pareja ofrecido por el Hollywood clásico.
Juan G. Andrés