"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En una première, Quentin Tarantino declaró que ansiaba trabajar con el actor más demandado del mundo. Ése es Brad Pitt, un actor demasiado bello para ser tomado en serio, pero que a fuerza de trabajar en multitud de arriesgados títulos a las órdenes de grandes realizadores, se ha ganado a pulso todos los epítetos. Sus camaleónicos papeles en filmes como Johnny Suede, 12 monos, Seven, Snatch, El club de la lucha, Babel, o Benjamin Button, dan buena cuenta de sus memorables y múltiples registros. Aunque Malditos Bastardos sea una película coral, todo apunta a que su caracterización de teniente Aldo Reine tendrá un lugar de honor en ese sugestivo currículo, así como las espléndidas actuaciones de sus compañeros de reparto, entre las que destaca la del galardonado Christoph Waltz. Es pronto para saber si la película de Tarantino resucitará el género de la II Guerra Mundial. El director de Kill Bill se caracteriza por enriquecer y torpedear simultáneamente todos los géneros que filtra en su turmix dionisíaco, alumbrando nuevos subgéneros bastardos. En esta ocasión, prefiere como protagonistas a los impopulares judíos para dar matarile a los no menos impopulares nazis. Todo un ejercicio de provocación justiciera, o de ultraviolenta concordia ecuménica, según se mire. Su virtuosismo para la remezcla se traduce en la inusitada capacidad para atraer al público más asimétrico, desde amantes de la Serie B -y otras mayúsculas menores- hasta los asiduos al mainstream más ramplón,conciliando de paso taquilla, crítica y Academia de Hollywood. Tarantino sabe que sin riesgo no hay gloria, pero sus desmanes no son impostados; son fruto de una desbordada imaginación curtida en las cinematografías más kistch, camp, naif, slasher, trash y demás vocablos underground, hasta lograr una caligrafía propia que alcanza el estatus de adjetivo calificativo. Por su condición de autor prolíjo, en ocasiones genera un superávit de expectativas difíciles de aplacar, a menudo complacidas en un segundo visionado más laxo. Pero estos malditos basterdos (errata del título original) prometen diversión desde el primer segundo, gracias a esos actorazos en sus delirantes personajes y los diálogos tarantinescos de siempre.
Angel Aldarondo