"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En Japón, la Nouvelle Vague no fue patrimonio exclusivo de su réplica nipona, la Nuberu Bagu, y de los directores adscritos a ella (Nagisa Oshima, Masahiro Shinoda, Hiroshi Teshigahara …), su influencia también es plausible en más que competentes storytellers, dentro del férreo sistema de estudios, como Kinji Fukasaku, véase Blackmail is my Life (Kyokatsu Koso Waga Jinsei, 1968), o Sadao Nakajima, con el filme que nos ocupa.
La principal consecuencia de este “afrancesamiento” será el alejamiento del yakuza eiga de su enclave natural, Kioto, en beneficio de marcos más modernos y de rodajes a pie de calle, in situ, caso de Tokio en The 893 Gang. Un cambio de estéticas y dinámicas que augura las del setentero jitsuroku eiga (yakuza realista), en una operación similar a la que perpetró, según Raymond Chandler en su ensayo “El simple arte de matar”, el novelista Dashiell Hammett cuando “sacó el asesinato del jarrón veneciano y lo dejó caer en el callejón”.
De facto, la ritual y obligada presentación de un yakuza a otro miembro de la “honorable sociedad” pierde la solemnidad del ninkyo eiga (espíritu caballeresco) al tener lugar, de manera improvisada y poco protocolaria, en oscuras mean streets, solapándose el parlamento del yakuza con el traqueteo de los trenes elevados a su paso. La desmitificación de Nakajima sobre tan idealizado género, la lleva al punto de no focalizar la película en un clan yakuza al uso, sino en un grupo de gurentai (denominación para el nuevo tipo de criminalidad organizada surgida en la posguerra) de medio pelo con pretensiones.
Muy elocuente al respecto resulta el plano final de la banda perdiéndose entre la masa anónima de peatones, en pleno centro de Tokio, mientras trapichean con una colilla recogida del suelo, cual fellinianos vitelloni.
Ignacio HUIDOBRO