"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Julio Cortázar escribió de “El corazón delator”, un cuento de Poe sobre la soledad que sigue al crimen: “La admirable concisión del relato, su fraseo breve y nervioso,le dan un valor oral, de confesión escuchada, que lo hace inolvidable”. Para un grupo de jóvenes cineastas italianos, este cuento resultó también inolvidable. Mario Monicelli, su primo Alberto Mondadori y el futuro director Alberto Lattuada (aquí como decorador), tradujeron en imágenes domésticas su atmósfera paranoica. Il cuore revelatore (1934), primer filme oficial (aunque amateur) del director de Rufufú, tiene precisamente en ese amateurismo su mayor encanto: artesanales sobreimpresiones de globos oculares, tomas descentradas, encuadres sin prejuicios… Todo acontece en una pequeña estancia casi despojada de mobiliario (Lattuada no tuvo demasiado trabajo), en la que un hombre joven se obsesiona con el enorme ojo de su anciano compañero. Aunque en los títulos se acredita a un responsable de sonido, el filme permanece mudo, y eso le ayuda en su atmósfera febril e inquietante, algo caligaresca.
No es la única de las películas amateurs que se conservan de las que hicieron juntos Monicelli y Mondadori. I ragazzi della via Paal/ Il ragazzi di via Pal (1935) adapta una novela de éxito,“Los muchachos de la calle Pal”, del húngaro Ferenc Molnár, crónica de las disputas entre bandas juveniles de Budapest. Si en Il cuore revelatore filmaron un estado de ánimo,aquí narraron una historia ortodoxa: escenas de escuela, reuniones, preparativos y batallas campales con espadas de madera. No es Zéro de conduite de Vigo, pero posee algo de su espíritu adolescente liberador.
Los dos primeros filmes que Monicelli co-dirigió con Steno, tras varios años escribiendo guiones para otros cineastas, son el producto directo de la realidad de la época e ilustran con ironía el ánimo de un país derrotado. En Totó busca piso (1949), las miserias de posguerra se traducen a partir de la búsqueda picaresca de vivienda. Italia estaba sin edificios, sin casas, y Steno y Monicelli hurgaron en la herida a través de la risa sana, pero también algo macabra: Totò y su familia, tras hacer trampas ministeriales –la corrupción funcionarial fue uno de los temas preferidos de Monicelli en esta época– encuentran casa en el mismísimo cementerio. Al diablo la celebridad (1949) es una comedia mucho más vodevilesca, pero en su secuencia de apertura brota el mejor humor neorrealista: un grupo de periodistas se lanza como lobos hambrientos sobre la comida y bebida preparada tras una rueda de prensa. Es un momento jocoso, pero certifica la inquietud de todo un país.
Vida de perros (1950) y Guardias y ladrones (1951) se encuentran entre lo mejor de Monicelli y Steno. La primera, con la bellísima fotografía de Mario Bava –sobre todo en la primera parte, con líneas de sombras que parecen salidas de un film noir–, es una comedia nihilista en la que la ternura y la acidez corren juntas de la mano para mostrar los avatares cotidianos de una compañía de va-riedades. Su protagonista, Aldo Fabrizi, formó demoledora pareja con Totò en Guardias y ladrones, otro tratado sobre el contraste en estado puro: ladrones y policías, verdades y falacias, amargura y distensión, comedia y drama. Es la máxima expresión del género que Monicelli ayudó a cimentar, el de la comedia neorrealista.
Quim CASAS