"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Hace ya muchos años que este cronista estuvo por primera vez en Tetuán, pero todavía conserva un nítido recuerdo de la dureza que se percibía en las calles de la medina y sus alrededores. Al llegar, una comitiva recorría las calles de la ciudad portando un cadáver y entonando sus oraciones. Precisamente así empieza y termina Chicos normales, una película de marcado tono documental que, una vez más, deja claro que no hay policía, ejército o medios de vigilancia electrónica capaces de detener a una juventud que no ve ningún futuro en su país y que cree que en la rica Europa se van a arreglar todos sus problemas. Y, como telón de fondo, la yihad, los atentados suicidas, la huida definitiva.
No es fácil construir una historia atractiva sobre temas que aparecen todos los días en los telediarios, pero Daniel Hernández consigue acercar de una forma más sincera que la de los informativos la realidad de los habitantes del barrio de Jamaa Mezwak. Uno siente que la bella mujer que intenta sacar adelante un taller de costura, el vendedor ambulante, el aspirante a actor, no están actuando, sino que se muestran como son, como les ha hecho la barriada marginal y el ambiente en el que se desarrollan sus vidas, marcadas por el contrabando, la pobreza, el analfabetismo y la obsesión por comenzar una nueva vida en una Europa de la que sólo les separan los trece kilómetros del Estrecho de Gibraltar, trece kilómetros que en muchas ocasiones se convierten en una gigantesca tumba marina. Y a pesar de todos los peligros, cuando se ven las condiciones de vida de algunos barrios y pueblos del Magreb y de África, uno se extraña de que no lleguen todos los días cientos y cientos de cayucos a las costas de la prosperidad.
Hace dos décadas muchos de los que visitaban Marruecos pensaban que el país se encontraba más o menos como la Península Ibérica cuarenta o cincuenta años antes, pero ahora parece que el tiempo corre sólo para unos mientras que donde más debiera avanzar se ha detenido totalmente y que el viajero que llega a Tetuán se encontrará siempre con la misma comitiva fúnebre que transporta el cuerpo de alguien, quizá algún joven ahogado cuando intentaba pasar a la otra orilla o asesinado en un ajuste de cuentas por algún trapicheo, eso sin contar los que deciden morir en alguna guerra lejana o reventar en medio de alguna aglomeración. Ojalá no haya que hablar de una generación perdida en el Magreb y en toda África, perdida en la huida, mientras que los que se quedan van viendo como se va cerrando su mundo y se van perdiendo libertades individuales, y en este sentido resulta bastante ilustrativa la evolución de la vestimenta de la mujer que intenta salir adelante con su taller de costura.
M.B.