"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Marco Ferreri trajo a España el modo de elegir un reparto del cine italiano. Consistía en salir a la calle y buscar caras. Si no eran buenos actores, se les daba algo delicado que llevar en las manos o se les ponía zapatos dos números más pequeños y así se lograban interpretaciones concentradas. También se enamoró de los caricatos nacionales como Pepe Isbert o López Vázquez. El cine de Monicelli es una antología de actores maravillosos. Los que Dino Risi y él acabaron llamando los monstruos. Herederos de la comedia del arte y que han terminado por resumir un estilo de interpretación con una sola pista: a la italiana.
Para mí el más grande es Alberto Sordi. Porque hay que tener mucha seguridad en el oficio para representar la mezquindad, lo miserable, lo demasiado humano sin guiños a la galería. Sin salvarse. A Nanni Moretti no le gustan las películas de Sordi porque odia el personaje que interpreta. Precisamente odiarlo es el mayor mérito de Sordi. En La Grande Guerra o en Un borghesse piccolo piccolo, Sordi imparte lecciones de sutileza, como hizo siempre a las órdenes de Risi. A Marcello Mastroianni no se le puede descubrir ahora. Es uno de esos pocos actores capaces de ser a la vez guapo y vulgar, listo y tonto, seductor y torpe, tímido y deslenguado. Lo hace todo bien. Lástima que después de La Grande Bouffe decidiera no hacer películas corales, porque decía que a él siempre le tocaba el peor papel, y se dedicara a protagonistas únicos. Rechazó hacer uno de los gamberros de Amici Mei.
Claro que ahí aparecieron Ugo Tognazzi, quizá el más desconocido en España de los actores míticos del cine italiano. Un perfecto galán miserable. Y también Bertrand Blier y Philippe Noiret, que de tan buenos que eran, parecían italianos y no franceses. A Vittorio Gassman lo convirtió Monicelli en un actor de comedia y así pudo compensar su grandeza escénica, su seriedad clásica, con los zoquetes absolutos y entrañables de I Soliti Ignoti, Brancaleone o La Grande Guerra.
Pero antes que a todos ellos, Monicelli dirigió a Totó. Junto al mítico español Luis Cuenca, Totó representaba una línea sucesoria que se remontaba hasta Buster Keaton y probablemente hasta Alonso Quijano. Máscaras cómicas, de un patetismo tierno, con un registro que iba del vodevil y la revista hasta la más alta cumbre de la sutileza.
Como siempre, más que un método de dirección, en un gran director de actores como Monicelli lo que hay es un método de selección. A Tiberio Murgia, que siempre lo doblaba de siciliano, Monicelli lo sacó de lavaplatos de una trattoria en Via delle Croce. Parenti Serpenti se debería proyectar en todas las escuelas de interpretación, para tratar de frenar esa lacra psicologista del Actor’s Studio y recuperar la calle como fuente de inspiración.
Cuenta Monicelli que las mayores discusiones con sus actores eran para decidir el lugar donde ir a comer y que mientras para rodar una escena dramática con Shelley Winters ella necesitaba escuchar cantos yiddish de su infancia, Sordi lograba el mismo extraordinario resultado compartiendo unas lonchas de salami con los técnicos justo antes de dar la acción. Lo que demuestra que no cuenta el proceso para llegar a un resultado, sino el resultado mismo.
David TRUEBA