"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Lo primero que llama la atención de El truco del manco es la naturalidad y la frescura de la mayoría de sus intérpretes, seguramente porque no tienen que hacer un gran esfuerzo para imaginarse las situaciones que deben representar. La película muestra un barrio duro, lleno de yonquis, traficantes y manguis, pero también de gente que pelea para salir adelante, gente con ilusiones y proyectos. Con estos elementos se podría haber construido una historia de superación con final feliz, pero el debutante Santiago Zannou esquiva hábilmente todos los riesgos y no escatima recursos para mostrar lo jodido que es vivir en determinadas zonas de algunas ciudades, aunque la amistad y la solidaridad siempre pueden ayudar a sobrellevar mejor las miserias y los problemas.
Hay gente a la que se le mete una idea en la cabeza, un proyecto, y no para hasta que lo consigue. El protagonista de esta película, El Cuajo, excelente-mente interpretado por Juan Manuel Montilla “El Langui”, es de esa especie, alguien que, a pesar de no contar con medios, se empeña en montar un estudio musical donde poder grabar la música que le gusta. Para poder conseguir su sueño él y su colega se tendrán que meter en mil trapicheos y negocios no muy claros, todo ello en un ambiente que, aunque sea el que se ha pateado desde crío, siempre es peligroso, un ambiente, por otra parte, que invita constantemente a la huida, y la huida más sencilla es para muchos el chute de jaco o el chino de coca.
En muchas ocasiones costaba creerse las historias de drogas, yonquis y camellos hechas por aquí, pero con esta película ocurre lo contrario, uno se cree todo desde que los personajes abren la boca. Hay lógica en su forma de hablar y de moverse, en sus trapicheos, en su actitud hacia la vida, en su lucha por la supervivencia. Todo es verosímil, incluido el papel redentor de la música, pero también es absolutamente creíble la violencia que persigue a estos personajes, unos personajes que se rebelan ante la condena que parece haberles impuesto el destino. Al ver historias como El truco del manco uno se acuerda de datos y estadísticas como los que muestran la diferencia de la esperanza de vida en barrios de Madrid separados por muy pocos kilómetros. Y en el barrio que nos muestra de forma tan precisa Santiago Zannou no parece que la esperanza de vida sea de las más altas.
M.B.