La actriz francesa Jeanne Moreau es una de las pocas actrices que personifican a la vez que trascienden su época gracias a la originalidad de su trabajo.
Jeanne Moreau nació en París el 25 de enero de 1928. Su padre, Anatole Désiré Moreau, era propietario de un bistró en Montmartre. Su madre, Kathleen Sarah Buckley, abandonó Lancashire, Inglaterra, a la edad de diecisiete años para bailar en el Folies-Bergère. Tras pulir su talento como miembro de la Comédie-Française y del Théâtre National Populaire, en los años 50 Moreau interpretó papeles secundarios en numerosas adaptaciones literarias francesas, así como en policiers y séries noires (novelas sobre detectives y criminales). Cuatro de las películas más notables de esa época son: Touchez pas au grisbi (1955), de Jacques Becker, La reine Margot (1953), de Jean Dréville, Le dos au mur (1957), de Edouard Molinaro, y L’ascenseur pour l’échafaud (1957), de Louis Malle.
Fue con el estreno de Les amants de Malle en 1958 cuando los espectadores de todo el mundo descubrieron a una actriz única a la hora de transmitir atractivo, pena, aburrimiento e imprudencia juvenil. Considerada por François Truffaut como su muse inspiratrice, Moreau se convirtió en la abanderada de la Nueva Ola francesa, colaborando estrechamente con Truffaut, Malle, Jacques Demy, Jean-Louis Richard y Roger Vadim. Quizás como mejor se la recuerde sea como la enigmática Catherine de Jules et Jim, el “himno a la vida y la muerte” de Truffaut.
Jeanne Moreau elige directores, no películas. Los años 60 marcaron su belle époque con papeles protagonistas en películas de muchos de los gigantes del cine, incluyendo a Orson Welles, Luis Buñuel, Michelangelo Antonioni, Jean Renoir, Joseph Losey, Peter Brook y Tony Richardson. En los 70 y 80 colaboró con Marguerite Duras, Carlos Diegues, André Téchiné y Rainer Werner Fassbinder. Ganó un César, el Oscar francés, a la Mejor Actriz en 1992 por La vieille qui marchait dans la mer (1991), y poco después coprotagonizó A Foreign Field (1993), de Charles Sturridge, con Alec Guinness, Lauren Bacall y Leo McKern.
Animada por Orson Welles, Moreau debutó en la dirección en 1976 con Lumière, un retrato alabado por la crítica de las relaciones íntimas entre cuatro mujeres. Al año siguiente dirigió a Simone Signoret en L’adolescente. Ha enfocado también su sensible cámara a una biografía de Lillian Gish (1982).
La lista de premios y reconocimientos que ha recibido Jeanne Moreau es impresionante. Por citar algunos: Premio de Interpretación Femenina en el Festival de Cannes de 1960 por Moderato cantabile; Homenaje y Retrospectiva en el Festival de Florencia (1985); Molière a la Mejor Actriz por Le récit de la servante Zerline (1988); León de Oro del Festival de Venecia 1992 por el conjunto de su carrera; César a la Mejor Actriz por La vieille qui marchait dans la mer (1992); Retrospectiva en el MoMA de Nueva York (1994); César de Honor (1995); el Fellowship otorgado por The British Academy of Film and Television Arts; el Premio a toda una carrera concedido por la Academia del Cine Europeo (1997); el Tributo de la Academy of Motion Picture Arts and Sciences (1998), que es la mayor distinción que la Academia da a una actriz internacional; el Homenaje del Festival de Créteil (1999); el Oso de Oro del Festival de Berlín por el conjunto de su carrera (2000); la Palma de Honor del Festival de Cannes (2003); y, por supuesto, el Premio Donostia que le otorgó el Festival de San Sebastián en 1997.
Es poseedora también de las más altas distinciones oficiales francesas: Commandeur des Arts et des Lettres, Officier de l’Ordre National de la Légion d’Honneur y Commandeur de l’Ordre National du Mérite. Ha sido la primera mujer en ocupar un sillón en la Sección Audiovisual de la Academia de Bellas Artes francesa (2001).
Ha sido Presidenta del Jurado en Cannes (1975 y 1995), Avoriaz (1981), Berlín (1983), Nueva Delhi (1985 y 1996), Montréal (1996) y Angers (2001).
El biógrafo y amigo de Moreau, Jean-Claude Moireau, ha escrito de ella: “Si su carrera como actriz ha sido ejemplar es porque siempre se ha basado en una profunda integridad. Su don natural para la metamorfosis une las cualidades que ella encarna sobre el escenario y la pantalla con la mujer que realmente es. Su rostro es tan emotivo y maleable que nunca se le podrá aplicar una etiqueta. Jeanne Moreau nos emociona por lo extraordinariamente humana que es”.