"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
“Sentados frente al fuego que envejece/ miro su rostro sin decir palabra/ Miro el jarro de greda donde aún queda vino /miro nuestras sombras movidas por las llamas”, dice un poema del poeta chileno Jorge Teillier, representante de una tradición que tuvo a Neruda como gran faro vigía,y que siempre reclamó la importancia central de la aldea rural, del mito ancestral ante los afanes de modernidad imperantes en las sociedades sudamericanas de mediados del siglo XX. Ese mirar al fuego, esa contemplación de las sombras movidas por las llamas, esa sencillez aparente de un mundo que nos pasa por delante y que nos rodea con un fatalismo impenetrable, es el leit motiv que el director chileno Alejandro Fernández Almendras ha querido reflejar con radicalismo estético en esta película.
Radicalismo estético, sin duda. Un plano fijo de 11 minutos de duración con conversaciones aparentemente vacuas, con historias de veranos juveniles, de amores tempranos, de sueños de estudiantes, sin aparentemente ninguna conexión con el hilo argumental de la película, que es la relación de una pareja en la que la mujer sobrelleva la última fase de una enfermedad terminal, es estéticamente radical. En esta situación extrema, el director concede todo el protagonismo a la otra parte, al compañero sufriente y paciente, callado y solícito,que reflexiona ante el fuego de la maleza recién cortada, que busca consuelo en brazos ajenos,que fuma frente al cielo del norte chileno y que aspira a poder labrar el terreno el próximo otoño. El director opta, por lo tanto,por mirar a las pequeñas cosas que rodean a las grandes tragedias. Por deleitarse en el monótono trabajo de la siega, por recrearse en los bordes del camino que alumbran los faros de su pick up, por transitar despreocupado a través de los esporádicos momentos de alegría. “Sí, esta es la misma estación que descubrimos juntos/ —Yo llenaba esas manos de cerezas, esas/ manos llenaban mi vaso de vino—/ Ella mira el fuego que envejece”.
A.B.